AMADÍS DE GAULA
Garci Rodríguez de
Montalvo
(Fragmentos seleccionados)
No muchos
años después de la Pasión de nuestro Redentor y Salvador Jesucristo, fue un rey
muy cristiano en la pequeña Bretaña, por nombre llamado Garinter. Este rey hubo
dos hijas con una noble mujer, y la mayor casada con Languines, rey de Escocia.
La otra hija, que Elisena fue llamada, en gran cantidad mucho más hermosa que
la primera fue; y comoquiera que de muy grandes príncipes en casamiento
demandada fuese, nunca con ninguna de ellos casar le plugo, antes su
retraimiento y santa vida dieron causa a que todos beata perdida la llamasen,
considerando que persona de tan gran guisa, dotada de tanta hermosura, de
tantos grandes por matrimonio demandada, no le era conveniente tal estilo de
vida tomar. Pues este dicho rey Garinter siendo en asaz crecida edad, por dar
descanso a su ánimo algunas veces a monte y a caza iba. Entre las cuales
saliendo un día desde una villa suya que Alima se llamaba, siendo desviado de
las armadas y de los cazadores andando por la floresta sus horas rezando, vio a
su siniestra una brava batalla de un solo caballero que con dos se combatía, él
conoció a los dos caballeros que sus vasallos eran, que por ser muy soberbios y
de malas maneras y muy emparentados, muchos enojos de ellos había recibido. Mas
aquél que con ellos se combatía no los pudo conocer y no se fiando, tanto en la
bondad del uno que el miedo de los dos se quitase, apartándose de ellos la
batalla miraba, en fin de la cual por mano de aquél de los dos fueron vencidos
y muertos. Esto hecho el caballero se vino contra el rey y como solo lo viese,
díjole:
—Buen
hombre, ¿qué tierra es ésta, que así son los caballeros andantes salteados?
El rey le
dijo:
—No os
maravilléis de eso, caballero, que así como en las otras tierras hay buenos
caballeros y malos, así los hay en ésta, y esto que decís no solamente a muchos
han hecho grandes males y desaguisados, mas aun al mismo rey su señor sin que
de ellos justicia hacer pudiese; por ser muy emparentados han hecho enormes
agravios y también por esta montaña tan espesa donde se acogían.
El caballero
le dijo:
—Pues a ese
rey que decís vengo yo a buscar de luenga tierra y le traigo nuevas de un su
gran amigo, y si sabéis dónde hallarlo pueda ruégoos que me lo digáis.
El rey le
dijo:
—Comoquiera
que acontezca no dejaré de os decir la verdad, sabed ciertamente que yo soy el
rey que demandáis.
El caballero
quitando el escudo y yelmo, y dándolo a su escudero lo fue a abrazar diciendo
ser el rey Perión de Gaula que mucho le había deseado conocer. Mucho fueron
alegres estos dos reyes en se haber así juntado, y hablando en muchas cosas se
fueron, pero antes le sobrevino un ciervo que de las armadas muy cansado se
colara, tras el cual los reyes ambos al más correr de sus caballos fueron
pensandolo matar, mas de otra manera les acaeció, que saliendo de unas espesas
matas un león delante de ellos al ciervo alcanzó y mató, habiéndole abierto con
sus muy fuertes uñas, bravo y mal continente contra los reyes mostraba. El rey Perión
tomando sus armas descendió del caballo, poniendo su escudo delante, la espada
en la mano al león se fue. El león asimismo dejando la presa contra él se vino
y juntándose ambos teniéndole el león debajo en punto de le matar, no perdiendo
el rey su gran esfuerzo, hiriéndole con su espada por el vientre, lo hizo caer
muerto ante sí, a lo que el rey Garinter muy espantado entre sí decía:
—No sin
causa tiene aquél fama del mejor caballero del mundo.
Esto hecho,
recogida toda la campaña hizo en dos palafrenes cargar el león y el ciervo y
llevarlos a la villa con gran placer. Donde siendo de tal huésped la reina
avisada, los palacios de grandes y ricos atavíos, y las mesas puestas hallaron;
se sentaron los reyes y Elisena, su hija; y allí fueron servidos como en casa
de tan buen hombre se debía. Pues estando en aquel solaz, como aquella infanta
tan hermosa fuese y el rey Perión por el semejante, y la fama de sus grandes
cosas en armas por todas las partes del mundo divulgadas, en tal punto y hora
se miraron que las gran honestidad y santa vida de ella no pudo tanto, que de
incurable y muy gran amor presa no fuese, y el rey asimismo de ella, que hasta
entonces su corazón, sin ser juzgado a otra ninguna, libre tenía, de guisa que
así el uno como el otro estuvieron todo el comer casi fuera de sentido.
Ella se fue
tras su madre con tan gran alteración que casi la vista perdida llevaba, y
descubrió su secreto a una doncella suya, de quien mucho fiaba, Darioleta había
nombre, y con lágrimas de sus ojos y más del corazón le demandó consejo en cómo
podría saber si el rey Perión otra mujer alguna amase. La doncella, habiendo
piedad de tan piadosas lágrimas, le dijo:
—Señora,
bien veo yo que según la demasiada pasión que aquel tirano amor en vos ha
puesto, que no ha dejado de vuestro juicio lugar donde consejo ni razón
aposentados ser puedan, y por esto, siguiendo yo, no a lo que a vuestro
servicio debo, mas a la voluntad y obediencia, haré aquello que mandáis, por la
vía más honesta que de mi poca discreción y mucha gana de os servir hallar
pudieren.
Entonces despidiéndose
de ella se fue contra la cámara donde el rey Perión posaba y halló a su
escudero a la puerta con los paños que le quería dar de vestir, y díjole:
—Amigo, id
vos a hacer algo, que yo quedaré con vuestro señor y le daré recaudo.
El escudero, dióle los
paños y partióse de allí. La doncella entró en la cámara do el rey estaba en su
cama, y como la vio, conoció ser aquélla con quien había visto más que con otra
a Elisena hablar, como que en ella más que en otra alguna se fiaba, y creyó que
no sin algún remedio para sus mortales deseos allí era venida, y
estremeciéndosele el corazón le dijo:
—Buena doncella,
¿qué es lo que queréis?
—Daros de
vestir, dijo ella.
—Eso al
corazón había de ser —dijo él—, que de placer y alegría muy despojado y desnudo
está.
—¿En qué
manera?, dijo ella.
—En que
viniendo yo a esta tierra —dijo el rey—, con entera libertad, solamente
temiendo las aventuras que de las armas ocurrirme podían, no sé en qué forma
entrando en esta casa de estos vuestros señores, soy llagado de herida mortal,
y si vos, buena doncella, alguna medicina para ella me procuraseis, de mí
seríais muy bien galardonada.
—Cierto,
señor —dijo ella—, por muy contenta me tendría en hacer servicio a tan alto hombre
de tan buen caballero como vos sois, si supiese en qué.
—Si me vos
prometéis —dijo el rey—, como leal doncella de lo no descubrir, sino allá donde
es razón, yo os lo diré.
—Decídmelo
sin recelo —dijo ella—, que enteramente por mí guardado os será.
—Pues amiga,
señora —dijo él—, dígoos que en fuerte hora yo miré la gran hermosura de
Elisena vuestra señora, que atormentado soy hasta en punto de la muerte, en la
cual si algún remedio no hallo, no se me podrá excusar.
La doncella,
que el corazón de su señora enteramente en este caso sabía, como ya arriba
oísteis, cuando esto oyó fue muy alegre, y díjole:
—Mi señor,
si me vos prometéis, como rey, en todo guardar la verdad a que más que ningún
otro que no lo sea obligado sois, y como caballero que según vuestra fama por
la sostener tantos afanes y peligros habrá pasado, de la tomar por mujer cuando
tiempo fuere, yo la pondré en parte donde no solamente vuestro corazón
satisfecho sea, mas el suyo que tanto o por ventura más que él es culta y en
dolor de esa misma llaga herido, y si esto no se hace, no vos la cobraréis ni
yo creeré ser vuestras palabras de leal y honesto amor salidas.
El rey, que
en voluntad estaba ya imprimida la permisión de Dios para que de eso se
siguiese lo que adelante oiréis, tomó la espada que cabe sí tenía y poniendo la
diestra mano en la cruz dijo:
—Yo juro en
esta cruz y espada con que la orden de caballería recibí, de hacer eso que vos,
doncella, me pedís, cada que por vuestra señora Elisena demandado me fuere.
—Pues ahora
holgad —dijo ella—, que yo cumpliré lo que dije.
Y
partiéndose de él se tornó a su señora y contándole la que con el rey
concertara, muy grande alegría en su ánimo puso, y abrazándola le dijo:
—Mi
verdadera amiga, cuando veré yo la hora que en mis brazos tenga aquél que por
señor me habéis dado, pues, que Dios así lo endereza, que esto que, al
presente, yerro parece, adelante será algún servicio suyo.
—Decidme lo
que haremos, que la gran alegría que tengo me quita gran parte del juicio.
—Señora
—dijo la doncella—, hagamos esta noche lo que concertado está, que la puerta de
la cámara que os dije que ya la tengo abierta.
—Pues a vos
dejo el cargo de me llevar cuándo tiempo fuere.
Así
estuvieron ellas hasta que todos se fueron a dormir.
Capítulo
1
Cómo la infanta
Elisena y su doncella Darioleta fueron a la cámara donde el rey Perión estaba.
Como la
gente fue sosegada, Darioleta se levantó y tomó a Elisena así desnuda como en
su lecho estaba, solamente la camisa y cubierta de un manto, y salieron ambas a
la huerta y la luna hacía muy clara. La doncella miró a su señora y abriéndole
el manto católe el cuerpo y díjole riendo:
—Señora, en
buena hora nació el caballero que os esta noche habrá.
Y bien
decía, que ésta era la más hermosa doncella de rostro y de cuerpo que entonces
se sabía. Elisena se sonrió y dijo:
—Así lo
podéis por mi decir, que nací en buena ventura en ser llegada a tal caballero.
Así llegaron
a la puerta de la cámara. Y comoquiera que Elisena fuese a la cosa que en el
mundo más amaba, tremíale todo el cuerpo y la palabra, que no podía hablar, y
como en la puerta tocaron para abrir, el rey Perión, que así con la gran
congoja que en su corazón tenía, como con la esperanza en que la doncella le
puso no había podido dormir. A esta sazón habían ya las doncellas la puerta
abierto y entraban por ella
El rey, que
la conoció, miró y vio a Elisena su muy amada y echando la espada y su escudo
en tierra cubrióse de un manto que ante la cama tenía con que algunas veces se
levantaba y fue a tomar a su señora entre los brazos y ella le abrazó como
aquél que más que a sí amaba. Darioleta le dijo:
—Quedad,
señora, con ese caballero que aunque vos como doncella hasta aquí de muchos os
defendisteis y él asimismo de otras se defendió, no bastaron vuestras fuerzas
para os defender el uno del otro.
Y Darioleta
miró por la espada do el rey la había arrojado y tomóla en señal de la jura y
promesa que le había hecho en razón de casamiento de su señora y salióse a la
huerta. El rey quedó solo con su amiga, que a la lumbre de tres hachas que en
la cámara ardían la miraba pareciéndole que toda la hermosura del mundo en ella
era junta, teniéndose por muy bienaventurado en que Dios a tal estado le
trajera; y así abrazados se fueron a echar en el lecho, donde aquélla que tanto
tiempo con tanta hermosura y juventud, demandada de tantos príncipes y grandes
hombres se había defendido, quedando con libertad de doncella, en poco más de
un día, cuando el su pensamiento más de aquello apartado y desviado estaba, el
cual amor rompiendo aquellas fuertes ataduras de su honesta y santa vida, se la
hizo perder, quedando de allí adelante dueña. Por donde se da a entender que
así como las mujeres apartando sus pensamientos de las mundanas cosas,
despreciando la gran hermosura de que la natura las dotó, la fresca juventud
que en mucho grado la acrecienta, los vicios y deleites que con las sobradas
riquezas de sus padres esperaban gozar, quieren por salvación de sus ánimas
ponerse en las casas pobres encerradas, ofreciendo con toda obediencia sus
libres voluntades a que sujetas de las ajenas sean, viendo pasar su tiempo sin
ninguna fama ni gloria del mundo, como saben que sus hermanas y parientas lo
gozan, así deben con mucho cuidado atapar las orejas, cerrar los ojos
excusándose de ver parientes y vecinos, recogiéndose en las oraciones santas,
tomándolo por verdaderos deleites así como lo son, porque con las hablas, con
las vistas, su santo propósito dañando, no sea así como lo fue el de esta
hermosa infanta Elisena, que en cabo de tanto tiempo que guardarse quiso, en
sólo un momento viendo la gran hermosura de aquel rey Perión fue su propósito
mudado de tal forma que si no fuera por la discreción de aquella doncella suya,
que su honra con el matrimonio reparar quiso, en verdad ella de todo punto era
determinada de caer en la peor y más baja parte de su deshonra, así como otras
muchas que en este mundo contarse podrían, que por no se guardar de lo ya dicho
lo hicieron y adelante harán, no lo mirando. Pues así estando los dos amantes
en su solaz, Elisena preguntó al rey Perión si su partida sería breve, y él le
dijo:
—¿Por qué,
mi buena señora, lo preguntáis?
—Porque esta
buena ventura —dijo ella— que en tanto gozo y descanso a mis mortales deseos ha
puesto, ya me amenaza con la gran tristura y congoja que vuestra ausencia me
pondrá a ser por ella más cerca de la muerte que no de la vida.
Oídas por él
estas razones, dijo:
—No tengáis
temor de eso, que aunque este mi cuerpo de vuestra presencia sea partido, el mi
corazón junto con el vuestro quedará, que a entrambos dará su esfuerzo, a vos
para sufrir y a mí para cedo me tornar, que yendo sin él, no hay otra fuerza
tan dura que detenerme pueda. Darioleta, que vio ser razón ir de allí, entró en
la cámara y dijo:
—Señora, sé
que otra vez os plugo conmigo ir más que no ahora, mas conviene que os
levantéis y vamos, que ya tiempo es.
Elisena se
levantó y el rey le dijo:
—Yo me
detendré aquí más que no pensáis, y esto será por vos y ruégoos que no se os
olvide este lugar.
Ellas se
fueron a sus camas y él quedó en su cama muy pagado de su amiga. En este vicio
y placer estuvo allí el rey Perión diez días, holgando todas las noches con
aquélla su muy amada amiga, en cabo de los cuales acordó, forzando su voluntad
y las lágrimas de su señora, que no fueron pocas, de se partir. Así despedido
del rey Garinter y de la reina, armado de todas armas, cuando quiso su espada
ceñir no la halló y no osó preguntar por ella, comoquiera que mucho le dolía,
porque era muy buena y hermosa; esto hacía porque sus amores con Elisena
descubiertos no fuesen y por no dar enojo al rey Garinter, y mandó a su
escudero que otra espada le buscase, y así armado, excepto las manos y la
cabeza, encima de su caballo, no con otra compañía sino de su escudero, se puso
en el camino derecho de su reino. Pero antes habló con él Darioleta, diciéndole
la gran cuita y soledad en que a su amiga dejaba, y él le dijo:
—Ay mi
amiga, yo os la encomiendo como a mi propio corazón.
Y sacando de
su dedo un muy hermoso anillo de dos que traía, tal el uno como el otro, se lo
dio que le llevase y trajese por su amor. Así que Elisena quedó con mucha
soledad, y con grande dolor de su amigo, tanto que si no fuera por aquella
doncella que la esforzaba mucho a gran pena se pudiera sufrir; mas habiendo sus
hablas con ella, algún descanso sentía. Pues así fueron pasando su tiempo hasta
que preñada se sintió, perdiendo el comer y el dormir, y la su muy hermosa
color. Allí fueron las cuitas y los dolores en mayor grado, y no sin causa,
porque en aquella sazón era por ley establecido que cualquiera mujer, por de
estado grande y señorío que fuese, si en adulterio se hallaba, no se podía en
ninguna guisa excusar la muerte. Mas aquel muy poderoso señor Dios, por
remisión del cual todo esto pasaba para su santo servicio, puso tal esfuerzo y
discreción a Darioleta, que ella bastó con su ayuda de todo la reparar, como
ahora oiréis: Había en aquel palacio del rey Garinter una cámara apartada, de
bóveda, sobre un río que por allí pasaba, y tenía una puerta de hierro pequeña,
por donde algunas veces al río salían las doncellas a holgar, la cual, por
consejo de Darioleta, Elisena a su padre y madre, para reparo de su mala
disposición y vida solitaria que siempre procuraba tener, demandó, y para rezar
sus horas sin que de ninguno estorbada fuese, salvo de Darioleta que sus
dolencias sabía, que la sirviese y la acompañase, lo cual ligeramente por ellos
le fue otorgado, creyendo ser su intención solamente reparar el cuerpo con más
salud, y el alma con vida más estrecha. Pues aposentada Elisena allí donde oís,
con algo de más descanso por se ver en tal lugar que a su parecer antes allí
que en otro alguno su peligro reparar podía, hubo consejo con su doncella, qué
se haría de lo que pariese:
—¿Qué,
señora? —dijo ella—: que padezca, porque vos seáis libre.
—Ay, Santa
María —dijo Elisena—, y, ¿cómo consentiré yo matar aquello que fue engendrado
por la cosa del mundo que yo más amo?
—No curéis
de eso —dijo la doncella—, que si os mataren, no dejarán a ello.
—Aunque yo
culpada muera —dijo ella— no querrán que la criatura inocente padezca.
—Dejemos
ahora de hablar más en ello —dijo la doncella—, que gran locura sería, por
salvar una cosa sin provecho, condenásemos a vos y a vuestro amado, que sin vos
no, podría vivir, y vos viviendo y él, otros hijos e hijas habréis, que el
deseo de éste os harán perder.
La doncella
construyo una pequeña barca y entonces la mostró a Elisena y díjole:
—¿Para qué
os parece que fue esto hecho?
—No sé —dijo
ella.
—Saberlo
habéis —dijo la doncella— cuando menester será.
Y ella dijo:
—Poco daría
por saber cosa que se hace ni dice, que cerca estoy de perder mi bien y
alegría.
La doncella
hubo gran duelo de así la ver y viniéndole las lágrimas a los ojos se le tiró
delante, porque no la viese llorar.
Pues no tardó
mucho que a Elisena le vino el tiempo de parir de que los dolores sintiendo
como cosa tan nueva y tan extraña para ella, en gran amargura su corazón era
puesto, como aquélla que le convenía no poder gemir ni quejar, que su angustia
con ello se doblaba. Mas en cabo de una pieza, quiso el Señor poderoso que sin
peligro suyo un hijo pariese, y tomándole la doncella en sus manos, vio que era
hermoso si ventura hubiese, mas no tardó de poner en ejecución lo que convenía,
según de antes lo pensara, y envolvióle en muy ricos paños y púsole cerca de su
madre y trajo allí el arca que ya oísteis, y díjole Elisena:
—¿Qué
queréis hacer?
—Ponerlo
aquí y lanzarlo al río —dijo ella— y por ventura guarecer podrá.
La madre lo
tenía en sus brazos, llorando fieramente, la doncella tomó tinta y pergamino e
hizo una carta que decía:
—Este es
Amadís Sin Tiempo, hijo del rey.
Y sin tiempo
decía ella porque creía que luego sería muerto. Y este nombre era allí muy
preciado, porque así se llamaba un santo a quien la doncella le encomendó. Esta
carta cubrió toda de cera, y puesta en una cuerda se la puso al cuello del
niño. Elisena tenía el anillo que el rey Perión le diera cuando de ella se
partió y metiólo en la misma cuerda de la cera, y asimismo poniendo el niño
dentro, en el arca, le pusieron la espada del rey Perión, que la primera noche
que ella con él durmiera la echó de la mano en el suelo como ya oísteis, y por
la doncella fue guardada. Esto así hecho puso la tabla encima tan junta y bien
calafateada que agua ni otra cosa podía entrar y tomándola en sus brazos y
abriendo la puerta la puso en el río y dejóla ir y como el agua era grande y
recia presto la pasó a la mar, que más de media legua de allí no estaba. A esta
sazón el alba aparecía y acaeció una hermosa maravilla de aquéllas que el Señor
muy alto, cuando a Él place suele hacer, que en la mar iba una barca en que un
caballero de Escocia iba con su mujer, que de la pequeña Bretaña llevaba parida
de un hijo que se llamaba Gandalín, y el caballero había nombre Gandales, y
yendo a más andar su vía contra Escocia, siendo ya mañana clara vieron el arca
que por el agua nadando iba. El caballero tomó el arca y tiró la cobertura y
vio el doncel que en sus brazos tomó y dijo:
—Éste de
algún buen lugar es, y esto decía él por los ricos paños y el anillo y la
espada que muy hermosa le pareció y comenzó a maldecir la mujer que por miedo
tal criatura tan cruelmente desamparado había, y guardando aquellas cosas rogó
a su mujer que lo hiciese criar, la cual hizo dar teta de aquella ama que a
Gandalín, su hijo, criaba, y tomóla con gran gana de mamar, de que el caballero
y la dueña mucho alegres fueron. Hizo criar al doncel, como si su hijo propio
fuese, y así lo creían todos que lo fuese, que de los marineros no se pudo
saber su hacienda, porque en la barca, que era suya, a otras partes navegaron.